Los ángeles son niños (Paulina Gómez Correa)

Los ángeles son niños

Paulina Gómez Correa. (paciente)

-Señora Maria, le habla Rosa la mamá de Dorían: ya tengo un ángel en el cielo!

-¿Cómo ocurrió? ¿Tubo dolores? ¿Se fue sonriendo? ¿Lo atendieron bien los médicos?, hago todas estas preguntas atropelladamente; mal oculto mi emotividad. El cáncer en el fémur, hizo metástasis y le consumió su sueño de jugar con la selección colombiana de fútbol; su equipo del alma.

-Si señora, fue bien atendido, no tengo ninguna duda, se puso grave y se fue apagando como una velita. Todos aquí en la casa estamos tranquilos. Siempre tuvimos fe de que se iba a curar, pero Dios lo necesitaba y se lo llevó.

Hay querida Rosa también me alegro, se fue porque Dios lo llamó y no por falta de atención medica. Estoy de corazón con ustedes, reciban un fuerte abrazo en la distancia.

Cerré los ojos. En mi recuerdo aparece un ángel que también tengo en el cielo, él me espera, hasta que la vela quien escribe este cuento, se apague también.

- Maria: teje corozos para los dos.

¿Mamá, me da permiso para acompañar a Medardo a quebrar unos corozos que trajo de la finca?

El sol en tierra fría es picante, con sus rayos luminosos cubre el frente de nuestras casas-tienda (construcción muy común en los pueblos de Antioquia) y llena el ambiente de la alegría primaveral. Por la calle empedrada, llena de cagajones, pasan personas y caballos, formando un binomio sonoro, por el ritmo del galope y paso fino, que producen los cascos herrados.

Detrás del mostrador, mi mamá vende; sal, arroz, fósforos y demás artículos que en esos negocios tienen los comerciantes. Desde allí nos vigila sin proponérselo, su mirada dice: no demores mucho porque debes ayudar a pesar la sal.

Me arrodillo, me siento en los talones, junto mis dos manos en el pecho, sobo una con otra, dándoles calor como si fuera a rezar. El, en cuclillas, con las piernas abiertas, en actitud de desafío de hombre interesante. No recuerdo como está vestido, pero si que tiene sombrero y ruana canteada en los hombros, lo cual me permite ver por la abertura de la camisa, su pecho blanco de niño. Tiene once años, dos más que yo.

Con una piedra, grande como su pequeña mano quiebra los “cocos” en miniatura que son los corozos. Comemos uno por uno sin ningún afán ¡mi mamá que no me mire más!

Encojo los hombros y lo escucho:

Prométeme que vas a ser mi novia, y que cuando estemos grandes nos vamos a casar. Estoy enamorado. Tengo 2 terneros, conozco el ganado, me gustan las fincas y monto cualquier bestia, ensillada o en pelo.

Lo miro en silencio. No pienso en novios, eso para mi es un complique, me intereso por los “coquitos” que estoy comiendo, además tengo una escuela en el deposito que hay en la parte baja de la casa con el tablero que nos hizo mi papá y un banco hecho por mí, con dos troncos de madera desiguales y una tabla en malas condiciones, allí enseño las primeras letras a niños y a bebes (que encarte) del vecindario. Les doy confites, lápices, cuadernos y colores de cuenta de mi papá.

¡Adiós novia: te quiero mucho!

Yo soy su novia, pero el no es mi novio.

Cada vez que pasa por el frente de la tienda, le ordena a su mula que pase despacito, para mirarme con detenimiento, con sus ojos grandes, profundos y tristes.

No recuerdo donde y en que tiempo me dieron la noticia

Va para la finca, llueve sin parar por muchos días. Los caminos están intransitables llenos de baches, cubiertos de greda amarilla y resbalosa, se arriesga a pasar por un canalón estrecho y profundo.

En una irregularidad considerable del piso, la mula pisa mal, y se estrella contra el barranco. La espuela que lleva puesta en el pie derecho, penetra en la barriga de la mula, se enloquece y se encabrita furiosa, es atacada en sus entrañas por el niño-hombre que siempre ha llevado en su lomo. Se desboca y se arrastra hasta destrozarlo, como mártir de historias antiguas.

No quiero oír mas; no se donde están sus restos. Cuando recibo la noticia, siento una fuerza centrifuga que me arrastra y me lleva en el cono de un ciclón multicolor.

Hoy, sesenta años después, estoy unida con la mamá de Dorían, en la esperanza de que unos ángeles con nombre propio, nos cuidan aquí en la tierra, y nos esperan en la eternidad…!

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