La gente que pasa (Marino Gaviria Vargas)

La gente que pasa
Marino Gaviria Vargas. Paciente

Aquí, en mi lugar de trabajo, en una tarde cualquiera, de un día común y corriente; me dediqué a observar la gente que pasa en frente de mi puesto.
Unos van y vienen, otros suben y bajan, todos con un destino diferente, pero al fin y al cabo cada uno de ellos son la gente. La gente que habita en éste barrio, la gente que habita una ciudad, un país, un continente. La gente que habita éste planeta; el planeta azul por ser más agua que tierra, el planeta verde que posee la madre naturaleza, el planeta Tierra, que es el mismo planeta de la gente, que hoy veo pasar por en frente de mi puesto, personas normales y corrientes.

Veo pasar a tanta gente: unos que llegan, otros que se van, todos distintos, diferentes, pero uno y otro por ser distintos, no por eso ninguno menos interesante que otro. Miro a la gente y pienso: ¿qué pensará cada uno?. Por fortuna, todos piensan distinto; cada quien piensa en lo suyo, tienen un sueño diferente; planean el futuro con su empeño de salir adelante.....Esa es la gente que hoy veo pasar.....Esa es la gente!

Veo a un niño que corre alegremente, pateando con afán una pelota, de seguro va a entrenar a alguna cancha o simplemente a jugar con su gallada o tal vez a encontrar a sus amigos y a jugar un partido programado, yo no puedo preguntarle, sólo pienso y lo imagino, para luego escribirlo en éste cuento.

Una niña que milita en una banda marcial pasa de largo, que bien parece que va muy retardada, con su paso ligero pero firme, cruza el puente de la autopista en un santiamén y se me pierde, mientras escribo otra línea de lo que hoy veo en la gente de mi barrio. Se acercan a mí varias señoras, cada una a preguntar y a hacer su apuesta: ¿qué ganó ayer la lotería? ¿Hoy cuáles juegan? éste numero ganó hace unos días y repitió anoche, se comentan; todas juegan con la esperanza ganadora que a mi puesto las atrae, porque fundan en el azar, una esperanza de poder sustentar o apoyar a su familia.

Veo a dos niños montados en patines, van de la mano en una grata compañía, van compartiendo los dos un solo helado, lo disfrutan felices....también pasan de largo. Un señor que viene en una moto, pára el motor y se detiene, señor, me dice: ¿en qué dirección queda la iglesia y si el padre me atenderá a ésta hora? No lo sé si él estará porque justamente parece que hoy descansa; a una cuadra de aquí queda la iglesia, vaya a ver si el cura atiende, pero creo que tiene que volver al otro día. Una señora pasa con su esposo, él va feliz con su pareja, ella muestra su vientre engrandecido, un milagro de amor se ha hecho en ella y los dos muy felices ya se alejan, esperando muy alegres su retoño. Una anciana que a la iglesia se dirige, va a rezar seguramente y me comenta: ¿qué puedo hacer para que mi hijo estudie si no tengo para pagarle la matrícula?; vaya señora y hablemos en la escuela que de pronto podemos ayudarle y la señora se aleja lentamente mientras sigue pasando por en frente de mí, la gente de mi barrio.

Pasa un joven montado en bicicleta, va a atropellar a una paloma y se detiene; ¡qué animal para estorbar! reniega y luego sigue afanando su carrera; y sigue pasando gente de todas las edades y pasa gente por todas las esquinas: un vigilante, un locutor, un policía, pasa una niña cargando a su perrito, otro niño llevando sus cuadernos, un anciano con su nieto de la mano y una madre con su hijo en brazos; un soldado, una monja, todos pasan; dos hermanos que riendo alegremente a coger un bus a prisa se dirigen; un anciano apoyado en su bordón camina, un cieguito con su vara de invidente, una joven mujer con su gatito. Pasan seis niños que intercambian caramelos y que se cuentan travesuras de la escuela y se burlan uno de otro y entre todos forman un grupo que me hace evocar aquellos años locos de mi infancia, cuando yo como ellos disfrutaba de mi escuela.

Pasa la gente y al pasar, se lleva un poquito de recuerdos que me quedan. Y pasan uno y otro: un niño y un adulto, una joven mujer muy bella, un apuesto caballero y un anciano y un ventero ambulante y un lotero, un reciclador y un carretero; pero no he vuelto a ver pasar a unos, que se fueron de aquí a estudiar lejos, pero dejaron sembrados en mí, gratos recuerdos.

Pasa un señor que vende mazamorra, luego viene el que hace los buñuelos, unos niños que venden gelatinas, la señora que hace empanadas, otro señor con su carro de crispetas, uno más vendiendo solteritas, todos pasan por en frente de mi puesto: el muchacho que vende los limones y el que vende mercancía puerta a puerta, el cartero, el mendigo, el que vende la prensa diariamente; otros van para el billar o a jugar cartas; las muchachas con sus novios de la mano, el señor de la farmacia, el zapatero; todos pasan, van y vienen, suben, bajan y todos por en frente de mi puesto.

Un joven va de viaje y su maleta, cargada de ilusiones y de sueños, parece ser que el viaje será largo, va cargado sin duda de recuerdos de su estancia en éste barrio. Más luego pasa una señora con su bebecito dormido entre sus brazos y otra más con el suyo recostado en un carrito azul de terciopelo; dos gemelitos que estudian en la escuela, con la abuelita que cuida de sus nietos; pasa un perrito corriendo tras de su amo, el amo corre al parecer desesperado y coge un taxi de afán, apresurado, y el animal se devuelve entristecido meneando su cola velozmente, como queriendo preguntar: ¿qué se hizo mi amo?.

Mucha más gente pasa y pasa, unos vienen a descansar de su trabajo, otros van a su labor de diario: el velador, el taxista nocturnal, el panadero, algunos van a estudiar de noche o tal vez a un gimnasio; unos llegan a apostarle a la fortuna, otros ya lo han hecho y se despiden, unos que van y otros que vienen; de seguido van pasando; ¡cuánta gente! Y yo sigo aquí observando en mi puesto de trabajo, en un día normal, de una tarde común y corriente.

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