El fantasma de Éteres
Jónathan Álvarez Arteaga. Servicio social estudiantil
En una gran montaña cerca de una aldea llamada Éteres vivió un hombre, en un mundo sobrio, de soledad, renospito y miserable ante los ojos de todas las personas. Este hombre pudo haber sido feliz, alguna vez pudo ir a las grandes y hermosas montañas a tomar y a sentir la agradable brisa que golpeaba su rostro, se deslizaba por sus orejas y su pelo hacia oscilar, pero nadie sabia nada de él ni de su vida, nunca lo veían hablar con nadie, sólo bajaba por lo necesario pero no cruzaba palabra con nadie.
Este hombre vivía en la única cabaña de la montaña, el camino para llegar era sencillo, al llegar se podían ver montones de pinos que custiodaban los alrededores de la cabaña, imponentes y hermosos pinos, además había sembrados de manzanos y varias clases de arbustos y en el pórtico del camino habían dos agradables cedros que daban sombra al que llegase a la cabaña, que era grandísima, de dos pisos y con un alto techo de paja. Era intrigante que este hombre con tan hermosa y gran casa viviera solo o alguna vez invitara a alguien a entrar en ella. La gente llegó a creer que este hombre estaba enamorado de su soledad; vivía con ella y otros que simplemente, estaba loco.
Nadie sabía que hacía, ni en que trabajaba este hombre, algunos curiosos veían que todos los días antes de que el sol se centrara en el cielo, el hombre se entraba en el bosque, estos lo seguían pero sorpresivamente el hombre desaparecía y se le volvía a ver antes del ocaso, cuando volvía del bosque.
Los aldeanos de Éteres escuchaban salir: risas y alegrías del bosque, las cuales eran muy raras, ya que sólo aparecían de noche y de un momento a otro, además a esas horas, nadie se entraba al bosque a jugar, o a hacer fiestas o a cualquier otra cosa y en cualquier momento las risas eran como calladas.
Una vez, antes de que el hombre saliera de su casa, al bosque llegó una mujer joven de la aldea a la cabaña, para hablar con este misterioso personaje.
La mujer llamada Victoria, tocó la puerta y a los cuantos minutos le abrieron, Victoria quedó impresionada con la hermosura de la cabaña e impresionada por la frialdad y oscuridad que reflejaba el rostro del hombre. Ella se presentó, pero él nunca dijo su nombre, pero le preguntó:
-¿Qué buscas en mi hogar?
Ella respondió:
-Busco respuestas que me hablen de ti.
El hombre se sintió presionado y le pidió a Victoria que se fuera de su cabaña, pero antes de que éste lograra sacarla de la cabaña, ésta le preguntó:
-¿Siendo como eres, eres feliz?
El hombre se llenó de nostalgia, tanto que hizo brotar una lágrima en sus ojos y quedó inmóvil al instante. Victoria le dijo:
-La felicidad me trajo hasta este lugar ya que la soledad vivía aquí y en el corazón de éste hombre.
Él siguió inmóvil, Victoria luego salio de la cabaña. Él pudo haber dicho que sí, que era infeliz y quería tener una vida agradable. Pero la sinceridad y la franqueza de la joven, le cortaron la lengua y su soledad picó en pedazos.
Al caer la madrugada en la aldea se sintió un fuerte olor a humo. Los aldeanos salieron de su casa y vieron que en la montaña la cabaña se quemaba. Intentaron apagar las llamas con todo lo que podían, antes que amaneciera las llamas fueron apagadas. La casa, al igual que los árboles, los arbustos y los pinos fueron consumidos por el fuego y todo fue removido para poder encontrar el cuerpo del hombre o algo que les diera una respuesta, pero como al estarse quemando la cabaña no se oían gritos de dolor o de temor, posiblemente del hombre; todo era muy confuso.
En Éteres se cuenta la historia de un fantasma que en vida fue fantasma, dicen que prefirió morir sin vivir feliz que morir en soledad o que huyó de Éteres con sus tesoros y antes de ello enterró su felicidad y el amor que alguna vez sintió en el bosque, por ello el bosque en las noches ríe y guarda la felicidad del hombre, aunque nunca la volviera a necesitar.
El fantasma dejó una gran enseñanza a todos aquellos que alguna vez escucharon de él, la enseñanza fue que la soledad nos aísla de la naturaleza y nos repugna de ella, ya que nuestra naturaleza es vivir en comunidad.
El fantasma de Éteres (Jónathan Álvarez Arteaga)
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