Humanidad

H U M A N I D A D
(Marino Gaviria Vargas) Paciente.

Viendo muy de cerca, cómo tomaba posición en el puesto que le fue asignado en el momento, no pensaba más que en acercármele para preguntarle cualquier cosa, que más por curiosidad, que, a manera de información, uno suele hacerle a una persona, como para entablar una buena conversación, pues así, casi siempre, nace una bonita y permanente amistad. Esa fue, la verdadera razón de mi acercamiento. Después de indicarle todo lo que debía de hacer y hasta donde podía desplazarse momentáneamente, sus superiores se retiraron hacia otro lugar donde se encontraba otra unidad de acompañamiento y aproveché entonces el momento, para acercármele de nuevo y así tratar de distraerme un poco, ya que esa tarde me había sentido muy solo; pues en medio de mi obligado silencio y ante la dificultad para pronunciar las palabras, no suelo hablar con mucha gente..... Pero esta tarde encontré una muy agradable sorpresa. Cuando traté de saludar con una leve inclinación de mi cabeza, escuché que muy amablemente me dijo: ¡buenas tardes!; a lo que, con una gesticulación de mis labios, intenté responderle. Fue en ese mismo momento cuando me tendió su mano con seguridad, con tan absoluto respeto y confianza, que me hizo sentir una satisfacción tan grande de habérmele acercado, que quedé plenamente complacido. Antes de que yo pudiera tratar de demostrar algo, ya se había dado cuenta de que no podía hablar normalmente por lo que, con un poco de compasión,(al menos así lo noté a mi manera de ver su reacción), pero con seguridad absoluta me preguntó, que por qué causa, únicamente modulaba la palabra pero el sonido casi no me salía, a lo que le respondí de la mejor manera posible, contándole detalladamente, que a raíz de una cruel enfermedad tuve que ser operado de la garganta y que me encontraron tan mal los médicos, que fue necesario practicarme una laringectomía total y que por eso no podría volver a hablar normalmente.


Embelesado en contemplar su rostro me di cuenta que en sus trigueños ojos tristes, su mirada serena reflejaba en su fondo, la tranquilidad de estar cumpliendo cabalmente su deber. Esa misma mirada atenta a cualquier movimiento en torno del evento que se llevaba a cabo en el lugar, era la misma que anunciaba, que en su corazón joven, no se asomaba un mínimo rastro de maldad o picardía. Por el contrario, expresaba el valor de ser tolerante, servicial y una disponibilidad total de solidaridad con todo el mundo. Así lo demostraba en cada ocasión que se le presentaba, tanto con los niños como con los ancianos, hasta conmigo mismo y eso fue lo que más me llamó la atención de tan noble personalidad. ¡Qué ojos! Solo expresión de amabilidad, firmeza y sinceridad; sin nada de malicia, ni siquiera de ingenua picardía, lo que hacía continuamente que mi admiración fuera mayor hacia ese ser tan amable, que por cosas de la vida o simplemente por los gajes de su oficio avíame encontrado en tan especial tarde, en la que como dije antes me sentía solo y que llegó para alegrarme un poco, desvanecer la tensión que atravesaba por mí en esa ocasión y transportarme hacia mis años mozos del colegio; cuando todo era alegría y diversión, pero con la mente bien puesta en mis estudios. Seguimos platicando de mi enfermedad; de cómo había superado esa crisis tan difícil, cómo me defendía en mi trabajo y mi admiración crecía cada vez que le preguntaba algo o yo le respondía, ya que su tierna mirada me daba a comprender la sinceridad de sus palabras, que suaves y sonoras con deleite yo escuchaba. ¡Que tarde tan agradable! Y eso que por instantes tenía que retirarse de mi lado para poder atender sus obligaciones del momento y por ese gesto de responsabilidad y cumplimiento del deber, sus superiores no tuvieron por qué llamarle la atención. ¡Con qué diligencia y dignidad cumplía su labor! ¡Cómo demostraba su buena formación intelectual, moral y disciplinaria!. ¡Qué maravilla de persona!. ¡Cómo me agradó ese encuentro tan repentino y circunstancial!.


Reparé que su riza, era encantadora y contagiosa. Una sonrisa tan agradable y dulce, que resaltaba con una dentadura tan blanca como la nieve, tan bien elaborada naturalmente, cual si fuera de porcelana; tan fina como el diamante, tan uniforme como ninguna en mi vida había visto en persona alguna. Nos separamos un instante, porque su deber así se lo exigía y yo por supuesto, también debía estar pendiente de mi puesto de trabajo. Sin embargo, desde esa distancia sentía que me seguía mirando y cuando levantaba mi cabeza para ver donde estaba, me encontraba con esa mirada tierna y amable como queriendo saber mucho más de mi vida y de la misma manera yo trataba de responderle; hasta que nuevamente volvimos a juntarnos tanto, que pudimos reanudar nuestra charla. Me preguntó, si en alguna época había sido fumador y si esa era una de las causas de mí ya, afortunadamente, superada enfermedad, a lo que le respondí detalladamente, cómo se me había desarrollado tal mal. Creo que me expresé bien, dentro de mis limitaciones, porque me escuchaba muy atentamente y siempre mirándome a la cara. Es la manera más fácil de entenderme, porque cuando el sonido no me sale del pecho, la mera forma de gesticular y modular, hace que la palabra sea completamente entendible, aunque no pueda oírse en su totalidad. Así me lo expresó personalmente diciéndome, que me admiraba por la forma tan exacta como me desenvolvía para hablar y resaltó lo importante que es, que quien me escuche, no coloque solo el oído, sino que me mire muy fijamente a los labios para evitar que se pierda una palabra y así no exponerme al esfuerzo de tener que volver a repetir. Fue entonces cuando me dijo: “me doy cuenta de lo grato, que puede ser hablar contigo”. Me hizo sentir perfectamente recuperado, de mi capacidad de hacerme entender, a pesar de mi limitación para hablar normalmente.


Gritos, cantos, bailes, algarabía del público que poco a poco se iba aglomerando en torno a la celebración cívica, cultural y religiosa de esa tarde soleada. Todo era alegría. Los mayores, con el grupo de danzas de la tercera edad, los niños; que participaban con fono mímicas, cantos y bailes de todo tipo. Sin embargo, nosotros dos seguíamos conversando de todo un poco, de acuerdo a como el tiempo, mis clientes y sus quehaceres nos lo permitían. Yo seguía reparando en su rostro, la calidad de personaje que era y aunque los niños molestaban, por el ambiente de fiesta que se vivía en el momento, no perdía la calma y con su voz suave pero firme, exigía, que estos se retiraran haciendo un gesto, más bien de disculpa que de enojo. Es increíble que con tanto alboroto que había, se pudiera guardar la calma. Pues bien; me demostró que sí se puede. Me pareció que disfrutaba del evento, aunque no podía participar en él, ya que su presencia allí, únicamente obedecía a la parte organizativa del festejo y nada más. Pero lo disfrutaba. Eso se podía notar en su manera amable, alegre, cortes y humana con la que hacía escuchar su voz a los demás y en la forma como le obedecían al momento. Y aunque no era habitante permanente del barrio, su manera de ser y de expresarse, le hacía actuar a la gente como si le conocieran de toda la vida. Hubo algunos momentos de silencio, pero luego se acercó nuevamente a mí para preguntarme por el tiempo que llevaba viviendo en el barrio y en qué sitio exacto de allí, era mi lugar de residencia. Le respondí, de manera que no se incomodara por mi respuesta casi silenciosa, debido a la discapacidad oral y afortunadamente logré hacerlo. Su preocupación más grande hacia mí era por creer que mi esfuerzo para hablar era mucho, pero le di a entender de inmediato, que por el contrario, esa era una muy buena terapia y la única y mejor manera de lograr superar cada vez más en la buena pronunciación y que el sonido emitido, por supuesto, cada vez fuera más claro y audible para los demás.


A ratos parecía que la tarde soleada de aquél día se entristecía y las nubes más oscuras, en el azul del cielo se interponían entre este y la tierra, era como si fuera a llover, pero con el viento que soplaba a intervalos, éstas volvían a retroceder y de nuevo el sol y el clima de ese día regresaba a un ambiente muy agradable. En la calle, el estruendoso bullicio de la música, emitida por el equipo de sonido que a todo volumen se dejaba escuchar, e invitaba también a que toda la comunidad del barrio, se integrara a los diferentes actos que se realizaban; poco me interfería en contemplar un rostro amable que permanentemente reflejaba felicidad, paz, tranquilidad; me conmovió tanto, hasta hacer que otra vez me le acercara para hacerle de nuevo unas preguntas: ¿Acaso usted, siempre es así? ¿Usted, no conoce la tristeza ni el aburrimiento?. Y su respuesta fue tan certera que me puso a meditar profundamente, pues se refirió en términos tan sabios y seguros, que me llenaron de valor para seguir intentando mi recuperación. Su respuesta fue: “la tristeza, al igual que la alegría son estados del alma. Si uno aprende a manejarlos, todo es equilibrado. Si te encierras en la tristeza, te desplomas completamente, por el temor de que la felicidad ya no existe; pero si a esa tristeza le pones un poquito tan siquiera de ánimo y tratas de equilibrarla con ese mismo ánimo por pequeño que sea; veras que no es tan grave, entonces encontrarás que así es como tomas cada instante de tu vida. Si a la tristeza, le sumas alegría y no te dejas llevar por el pesimismo, sabrás que tu mente está capacitada para superar cualquier dificultad”. O sino, dime, me preguntó: ¿Con lo que te pasó al perder tu voz natural, se nota que aún tienes porqué y por quienes seguir viviendo y luchando en el mundo, no es así?. Sí, le respondí. ¡Por eso!, continuó; Por que a pesar de todo, le has puesto animo a tu problema y has entendido, que siendo cosa tan cruel; con tu manera de actuar, tú mismo has hecho que no lo sea. ¿No es así?. Claro. Tienes toda la razón, le contesté, agradecido por su manera de hablarme: tan amable, tan realista, tan convincente que me hizo sentir que a pesar de todo lo que a uno le pase: vale la pena vivir.


Reímos en coro mirándonos fijamente a los ojos. Su mirada se clavó en la mía, como hablando interiormente cada uno, pero no por eso dejamos de conversar, si no, en las ocasiones en que debía retirarse un tanto, no más de cinco o seis metros, para controlar el espacio asignado por sus superiores, regresando prontamente para continuar con nuestro dialogo. Volvió a mirarme tan bondadosamente como pidiéndome supiera disculparle por lo que me iba a decir y así, con voz suave y tierna, comentó: acabando de conocer tu situación, me pregunto qué puede ser más difícil: perder la voz o la vista. Y otra vez me sorprendió con la reflexión que hizo de inmediato: “La soledad y el silencio, te brindan siempre, la oportunidad de meditar profundamente y reencontrarte contigo mismo, contemplando tanta maravilla que hay a nuestro alrededor; pero la oscuridad y la soledad juntas te causan miedo y no te dejan admirar la belleza que puede haber a tu alcance”. En sus palabras, no había el menor rastro de compasión o de lástima hacia mí y eso me agradó muchísimo; respiré un aire más bien de aliento, pues con su mirada, me contagió esa alegría de sus ansias de servir a los demás. ¡Qué solidaridad!. En los ratos en que me quedaba solo, me decía a mí mismo: Sus padres deben sentirse orgullosos. Si yo, que apenas acabo de tener tan grato encuentro, me siento tan halagado con esa personalidad de ser tan especial, amable e inteligente; ¿cómo no lo serán sus padres, que tuvieron la fortuna de tener tan gran tesoro?. Porque eso es lo que pude observar: un ser humano con sentido de tolerancia y humildad, de servicio y solidaridad, de inteligencia y respeto por lo que hace. Se ganó toda mi admiración y simpatía por su generosidad y esa su forma tan especial de tratar a los demás, de obedecer a sus superiores, de secundar a sus compañeros en el evento de esa tarde. No estoy describiendo a un ser divino o sobrenatural; estoy hablando simplemente de un ser humano común y corriente, con sus defectos y debilidades tal vez, pero que hoy, únicamente a dado a conocer sus cualidades y fortalezas.


A veces, (yo diría, que muy pocas veces), uno encuentra personas así. Cómo se nota que no “sufre” de egoísmo; no escatima esfuerzo por servir sin distinción alguna. Cómo se ve, que no se apega a nada, que lo suyo, es de todos, que su vida gira en pos del servir a sus vecinos; cómo demuestra su responsabilidad, su entereza, su respeto y su esmero por el trabajo asignado. Solo encuentro palabras de agradecimiento y de admiración, ante singular encuentro. En medio de tanta algarabía, no me di cuenta en qué momento, sus superiores reunieron a todo el personal, (aproximadamente eran diez o doce, quienes componían el grupo); esto sucedió, un instante antes de que el sacerdote llegara a celebrar la acción de gracias por el evento que se festejaba. Tal vez, fue por lo pronto del llamado que no me dijo nada, ni se despidió de mí, ni de ninguno de quienes nos encontrábamos más cerca. Cuando me di cuenta, fue demasiado tarde, ya no estaba. Ya todo el grupo había abandonado el evento y tampoco supe por donde se fueron y qué medio de transporte utilizaron; lo único cierto era que ya no estaba y quien sabe si nos volveríamos a ver. Tal vez, por alguna remota casualidad, algún día, nos volvamos a encontrar, cuando no tenga puesto un uniforme y pueda disponer de mucho más tiempo, para que podamos conversar más extensamente y con más despacio. En mi obligado silencio, quede profundamente admirado, con tan magna gentileza. Qué distinto fuera el mundo, si en vez de tanta descomposición social que hay, existiera más gente así con tanta calidez humana, con tanto poder de demostrar con hechos, que sí se puede vivir en paz con uno mismo y con los demás, cuando se quiere y mucho más cuando se ha vivido así, tan solidariamente. No me cansaré de recordar este espontáneo y singular encuentro. No me cansaré de divulgarlo y ponerlo como ejemplo, sobre todo a la juventud de hoy, que en medio de tanta zozobra y descontento se levanta, por la falta de cultura y de respeto, de educación y tolerancia; por la falta de una buena educación ética y moral como la que acabo de conocer. Pero.....qué raro. ¡Cómo se me olvidó preguntarle su nombre!. Tampoco me preguntó el mío. Hubiera sido lo más normal, pero no fue así. Tan solo recuerdo que en la parte superior del bolsillo derecho del chaleco que elegantemente lucía, se leía en letras más oscuras que el color de su uniforme, y por supuesto, deduje que era su apellido: “VERGARA”.



Es importante y muy grato para “XUNDABÉ”, taller de escritores, resaltar la labor de los estudiantes que han pasado por aquí. Es el momento de felicitarlos por sus grados de bachiller que acaban de recibir y de manera muy especial recordar sus nombres y el año en que prestaron sus servicios al taller. Son ellos, en su orden:
Cristian Gaviria Rueda, durante el año 2006.
Bryan José Crespo García, año 2007.
Jonathan Eduardo Álvarez Arteaga, año 2007.
Sebastián arias, durante el año 2007.
Bryan Ríos Merino, durante el 2007.
Danny Cristian Avendaño Galeano, año 2008.
Cristian Camilo Ruiz Arboleda, año 2008.
Karen Julieth Montoya Arango, año 2008.

Pero también de manera indirecta, pero con mucho entusiasmo y efectivamente, contribuyeron con nuestra formación literaria, los también, estudiantes de la misma Institución:
Andrés Felipe Muñoz Rendón, en 2008.
Edgar Fernando Ramos Avendaño, en 2008.
Estos jóvenes nos aportaron valiosos conocimientos por medio de sus reportajes concedidos a nuestro grupo.

Sea esta la oportunidad de felicitarlos por sus grados, y recordarles nuevamente que jamás los olvidaremos y que siempre los llevaremos en nuestro corazón, como unos verdaderos maestros que fueron para con nosotros.
FELICITACIONES JOVENES BACHILLERES

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