A veces se gana perdiendo

Para demostrar una vez más, cual ha sido la superación personal de los pacientes que asisten al taller de escritores, su recuperación anímica, sicológica y moral; tomamos una bella reflexión, que nos parece muy adecuada para superar todo tipo de dificultades, por graves que puedan parecer. No es un tropiezo en la vida, para quien tiene como ejemplo la vida, pasión y muerte de Jesús y por supuesto del papel que como madre del Salvador y madre nuestra; corredentora por excelencia fue María.

Quienes hemos padecido la enfermedad, llamada catastrófica, nos hemos dado cuenta que no ha sido un obstáculo, para seguir adelante, buscando nuevas y mejores metas que nos permitan dar ejemplo y dejar un buen legado de experiencias de vida. Sin más preámbulos, damos paso a esta reflexión.

A VECES SE GANA PERDIENDO.

Hace mucho, mucho tiempo, dos monjes: uno Budista y otro cristiano, caminaban por las grandes montañas del Himalaya hacia un monasterio que aún les quedaba muy lejos. Era el más cruento invierno.

Caía la tarde y una tormenta de nieve les envolvía amenazándoles con congelarlos. De pronto, oyen el grito de un hombre caído abajo, entre las malezas de un precipicio y estaba pidiendo ayuda por favor. El monje cristiano quiere bajar a echarle una mano para socorrerlo. El budista razona diciendo que la noche ya está encima, que la nieve no cesa, que el esfuerzo será en vano y que puede que hasta los tres pierdan la vida. Por otro lado piensa que Dios ya decidió el destino del caído.

El monje budista siguió su camino solo y el cristiano bajó hasta donde estaba el hombre que además de herido, se estaba congelando. Le envolvió en una manta; le cargó atándole a sus espaldas y emprendió la subida. El peso del herido le hacía sudar; sin embargo logró subir al camino y emprendió nuevamente su marcha. Después de muchas horas de camino, divisó las luces del monasterio y ya le quedaba muy poco para llegar. Tropezó con algo oculto entre la nieve, lo desenterró y aterrorizado vio que era el cuerpo helado y muerto del monje budista, que quiso salvar su vida y cayó congelado por la nieve y el egoísmo.

Pasaron los años y alguien le preguntó un día a este misionero: ¿Cuál es la tarea más difícil en la vida? Él, contestó: “lo más difícil para mí, es no tener ninguna carga que llevar”. Ningún dolor que soportar, ningún problema que afrontar, ninguna cruz que cargar, ninguna persona a quien escuchar, ayudar y amar, ningún defecto que superar. Por más que he buscado no he encontrado otra explicación más clara y desafiante que las palabras de Jesús: “Quien entrega su vida por los demás, la salva”. Quien la guarda demasiado, la pierde. Pero sólo el amor por Cristo que dio su vida por mí, me puede motivar a vivir su palabra.

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Es importante reconocer que nuestros escritores. Pacientes todos, queremos darnos de manera plena a contribuir en el acompañamiento y recuperación de quienes por las circunstancias del destino, se han visto, invadidos por una enfermedad tan difícil de aceptar. Pero por eso estamos aquí; para apoyarlos, tanto a ellos como a sus familiares, para decirles que Dios está con nosotros, que no por estar en esta situación, nos ha abandonado; por el contrario: nos ha dado una nueva oportunidad de reivindicar nuestro diario trasegar por el mundo, para el servicio de todos nuestros semejantes; y de nuevo recordamos que:” EL DOLOR: NO ES EL AZOTE DE DIOS QUE NOS CASTIGA; ES LA MANO DE DIOS QUE NOS REDIME”.

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