Taximán 02

Paulina Gómez Correa

Subo al taxi. El conductor llora desconsolado.
-Joven. Perdone. ¡Usted esta muy triste!
-Señora, también usted tiene los ojos húmedos.
-Inevitablemente me he contagiado.
-¡Estoy harto! La vida se me ha vuelto un despelote. Tengo una familia bacana, esposa, dos niñitos; trabajo duro para que nada les falte. Ella es linda, ordenada, pero mamona, ¡no aguanto más! ¡Quiero que la tierra se abra y me trague!
El firmamento se ve gris, cae una llovizna pertinaz que refresca el ambiente. El vehiculo se desplaza, afortunadamente, despacio. Estamos llegando a la clínica el Rosario, lugar de mi destino. Le sugiero nos bajemos en una cafetería, lo invito a tomar algo. Para mi: un tinto, para él: una gaseosa. Le manifiesto que no tengo afán de llegar, es más, puedo ir mañana.
Desde ese lugar, se aprecian los techos y terrazas de algunas casas de la ciudad. Los edificios surgen como masa de pan con levadura, en una horma gigante de caja de fósforos.
Huelo el tinto, tomo un pequeño sorbo, lo retengo en mi boca, lo saboreo, como el primer beso a escondidas. Su sabor amargo, neutro y suave, permite que lo tace hasta el final de la conversación; es un convidado importante en este encuentro.
-¡Se le va a enfriar el tinto!- me dice ansiosamente.
-Hoy estoy desesperado. Realicé un sueño que tenía desde hace mucho tiempo: me compré un equipo de sonido. Alguien, seria mi diosito, dejó en el taxi un fajo de billetes verdes. Me asuste pero no encontré señas del pasajero olvidadizo.
-Ese dinero lo conseguiste acostándote, no se con quien ¡pero me lo imagino! Degenerado, ya mismo sacas de la casa ese esperpento, ni mis hijos ni yo vamos a escuchar música en un aparato comprado con dinero de tus infidelidades.
Perdone, lo interrumpo;-ese equipo es un zodi 3139, hermoso y sofisticado, lo ultimo que están vendiendo, ¿estoy equivocada?
-No, pero me asusta.
De nuevo coge mi tinto en ademán de botarlo.
-No jamás jovencito, voy a escandalizarlo con lo que pienso y digo. Es usted un hombre maluco, quiero decir, que pereza hacer el amor con un hombre tan afanoso, como quien dice: “mano a la presa y el caldo de un tirón” no mi querido, tomarse un tinto es como hacer el amor, saboreadito y sin prisa.
-Es raro, eso dice mi esposa.
Al recordarla, continúa llorando.
-Revisa mi ropa cuando llego de trabajar. Cualquier papel que rompo, lo saca de la basura para buscar evidencias, si río malo y si no lo hago peor. No puedo contestar el teléfono. Le he manifestado que necesita ayuda de un psicólogo; se vuelve una fiera y grita que el loco soy yo.
El tinto esta frío, lo recreo en la boca poco a poco, su efecto me saca del sopor en que me encuentro. Agito con un pitillo el azúcar inexistente. Para mi, tomarme un tinto frío, es como disfrutar del amor, cuando surge espontáneo.
-Que pena, dice tímidamente, casi le retiro su tinto, ¿sabe mal?
-Quieto amigo mío, le contesto, mirándolo fijamente, poniendo mi mano sobre el pocillo.
-Cuando asistimos a alguna fiesta de la familia, usted sabe, siempre hay bautizos, matrimonios y cumpleaños; mi esposa se las ingenia para situarme de espaldas a la puerta, por donde deben entrar los invitados.
Como cosa rara, lo interrumpo de nuevo.
Continúa.
-Usted no saluda ni conversa con nadie, lo entretiene de tal forma que no puede voltear la cabeza; le pide a Dios que la fiesta se termine pronto, antes de que su corazón y cabeza estallen en mil pedazos.
Le pido me regrese al lugar donde me recogió.
Habíamos recorrido algunas cuadras cuando un calambre en las dos piernas; subiendo hasta la ingle, me obliga a morderme los dedos de la mano para no gritar. Siento los dedos de mis pies como dos abanicos abiertos y doblados por el viento.
-¿Qué hace usted en estos casos?
-Doy a mis piernas un suave masaje con alcohol.
-No tengo, pero si una botella de aguardiente; Ni corto, ni perezoso, estacionó el vehiculo, se bajo presuroso, se tomo un buen trago a pico de botella y me dijo:
-Tómese uno, le caerá bien.
Le acepto el trago (sin limpiarle las babas) y sin ninguna experiencia e imitándolo, me lo mando de una.
Me quema la garganta; con una fuerte tos lo devuelvo impregnando su ropa y la mía, lo mismo que la cojinería, con ese olor característico de los borrachos.
Abre la portezuela del lado donde estoy echa un tres. Con determinación, me quita botas y medias, sube el slack hasta donde puede, echa aguardiente en sus manos y masajea mis piernas, como si fueran las de su mamá.
Menos mal que el calambre desaparece, o si no, el pantalón y los cucos, hubiesen bajado, sin ningún recato, de la cintura a los pies.
-¡Ahora si estamos llenos de aguardiente por todas partes!
Exclama y se rasca la cabeza.- Vaya el novelon que se va a armar en mi casa. Tengo la impresión, de que un par de ojos, están grabando lo que hice.
-Lo que hicimos; le contesto, no son solo dos ojos: son cuatro.
-¿Por qué aparece usted en mi vida, y además conoce como ninguna los detalles de mi horrorosa historia?
-Porque su historia, es la mía.

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