Taximán 01

Paulina Gómez Correa

Un taxi se desplaza lentamente, el conductor, simpático por cierto, me llama:
-Señora, la de la sudadera roja, la invito a que nos vamos a caminar al estadio… por favor…
-Muchas gracias señor. ¡Buenos días!
Al día siguiente aparece de nuevo; de lejos y con mirada inquisidora cálculo su edad: es sesentón y de bigote.
-Por dios señora, súbase, necesito conversar con usted.
Todos los días y de hace mucho tiempo la observo.
-Seamos amigos- insiste él.
Se baja del vehiculo y cortésmente me da la mano. A pesar del miedo, siento curiosidad. Le digo:
-Si desea caminar, hágalo aquí, únase al grupo.
El parque obrero no es grande como el estadio, pero es mas lindo. Me despido y sigo caminando con las compañeras.
Ernestina me increpa:
-Como es posible que estés conversando con un desconocido, puede ser un maleante, un atracador. ¡Esa ingenuidad e insensatez de tu parte! Seguro que mañana vendrá con toda su banda malosa, nos atracara y quien sabe que mas.
Sin timidez se acerca, no le importa que mis compañeras lo escuchen, me saluda, trae un ramo de flores. Hizo lavar y brillar el carro, lo perfumó con un fuerte ambientador para que me sintiera bien. De regalo trae buñuelos y empanadas para mi desayuno empacadas en una bolsa de papel donde la grasa se muestra sin recato.
Atropelladamente cuenta que vive en el barrio Prado, que casualmente esta es la ruta por donde empieza el día de trabajo.
Me invita a almorzar en un restaurante donde cocinan bien, lugar preferido por taxistas de la ciudad; me recogerá a las 2:00 p.m.
Es delgado, combina bien su ropa, los zapatos lucen brillantes. Es locuaz, de lenguaje sencillo y respetuoso.
-Raro que a un viejo le gusten las viejas… (Pienso)
Ernestina continua con su eterno discurso:
-Soy menor que tu, y no tan loca Habla tratando de asustarme. ¡Quien sabe a quien va a secuestrar!
-A mi no! Ya lo habría hecho… le contesto.
-Mamá no más caminatas al parque, dicen mis hijos mayores. –esta bien que siendo viuda le hallas dicho a tu enamorado que tienes esposo e hijos y que vives arriba, en Villa Hermosa. Si descubre nuestra vivienda, no aguantaremos las serenatas y pitando día y noche. Esto es una “atracción fatal”, no faltaba mas!
Diez años después, subo rengueando al parque, mis ojos se llenan de lágrimas, no por dolor ni sufrimiento, sino por lo que pudo haber sido y no fue.

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