¿Amigo? ó ¿Enemigo?

(Marino Gaviria Vargas) paciente

Hasta hace muy poco tiempo, era yo un ser humano, con todas las facultades con que la naturaleza puede dotar a uno. Facultad para caminar y correr, facultad de ver y oír, en fin, facultad para todo: para hablar.....pero..... un momento!. Esta última, por culpa de uno a quien hice mi amigo inseparable, la he perdido y ahora estoy sumido en un silencio tan grande, pero, que a pesar de todo, me ha permitido encontrarme conmigo mismo y además, de pensar con más calma, de analizar detenidamente lo que hago y de profundizar un poco más en lo que es la vida y en la misión que todo ser humano debe cumplir en su paso por el mundo.

Sé, que muy malo es juzgar; pero lo que siento hoy en día, es un odio profundo y un arrepentimiento tardío, de haberme acercado tanto a ese a quien he llamado: “el señor de los muchos apellidos”, a quien hice mi compañero incondicional en los momentos de alegría o de tristeza; a ese, a quien creyéndolo inofensivo, lo hice indispensable en largas noches de insomnio, en momentos de desesperación, dizque porque me tranquilizaba, en ratos de incertidumbre, porque me serenaba; en las tristezas, dizque porque me animaba o en momentos de meditación, porque supuestamente me inspiraba, y a pesar de todo esto, junto a él, muchos poemas y canciones componía, pero cuando me faltaba, dejaba de hacer una tarea por salir a buscarlo y disfrutarlo, sin pensar por un momento en el daño tan inmenso que me estaba causando lentamente.. Pero, ya no vale la pena pensar en lo que hice o dejé de hacer por tener a un supuesto compañero, a quien dediqué los mejores años de mi vida. No vale la pena entonces vivir de lamentaciones y mejor es seguir adelante.

A muy temprana edad lo conocí con humildes apellidos, más tarde, lo fui distinguiendo con apellidos más elegantes, sugestivos, llamativos y extranjeros, sobre todo americanos y franceses, pero con esto, lo mismo de peligroso. En momentos de alegría lo buscaba, porque me permitía asociarme a grandes reuniones y amenas tertulias que se organizaban al rededor de la familia o de los amigos y aún con gente desconocida en el momento y que más tarde nos hacíamos muy buenos amigos ya fuera como compañeros de trabajo o simplemente como vecinos que éramos. Ese mismo que creyendo erróneamente que me daba categoría, importancia y buena reputación, ese, a quien yo hice mi aliado durante tantos años y que me acompañaba a todas partes; ese, que tú encuentras en todas partes, aunque por fortuna, hace ya mucho tiempo que le prohibieron la entrada a recintos cerrados, a los medios de transporte; en fin, a muchos lugares, por el daño irreversible que tanto hace, atrofiando el cerebro, alterando el corazón, deteriorando los pulmones, dificultando la respiración y tantos otros daños que causa; sigue con su misión devoradora, conquistando adolescentes, entrando a los colegios y a muchos otros sitios donde lo reciben como a incomparable compañero, sin querer nadie, darse cuenta, como me pasó a mí, que con apellidos humildes, elegantes o extranjeros, es el enemigo más vil, despreciable y no pequeño, que el mismo hombre haya podido crear.

Es ese mismo que hoy, me ha sumido en un silencio profundo y que sin imaginármelo siquiera, me obligó a abandonar las cosas más bellas y sanas que yo disfrutaba verdaderamente; el que se hizo pasar como fiel compañero en el triunfo y las derrotas, el que me acompañaba siempre en las buenas o en las malas; ese mismo fue y seguirá siendo: el malvado señor de los muchos apellidos.

Cuando comencé a perder mi voz por él, abandoné mi guitarra. Esa sí que fue una amiga fiel y sincera!. Cuando la pulsaba, siempre se acomodó a mi estado de ánimo. Si estaba alegre, sus cuerdas vibraban como nunca y retumbaban melodiosas, haciendo más alegre el canto. Cuando triste me encontraba, con mis manos en ella, enredaba en sus cuerdas mis desventuras y con extraordinaria obediencia me respondía, devolviéndome amorosamente el ánimo. Cuando con nostalgia la pulsaba, ella, con sonoras notas se encargaba de darme de nuevo una esperanza; mas, cuando estuve enamorado, tiernamente sus cuerdas sonaban, con una romántica pasión que abría corazones y hacía soñar enternecidos a cuantos escuchaban mis canciones. ¡Esa sí que fue mi amiga! La que nunca me negó una nota y que en vez de dañarme, me regaló largos y calurosos aplausos; la misma que en noches serenas y silentes, despertó amorosamente a más de una novia que, invitado por su enamorado íbamos a llevarle serenatas a su amada. Esa sí que fue mi amiga de verdad y muy sincera pero que hoy abandonada en el olvido, ha sido otra pérdida causada por el daño tan grande que me hice, por compartir con ese: el señor de muchos apellidos.

Y mis hijas: las canciones? Hoy como yo, silenciosas están también en el olvido, esperando tal vez, que alguien se interese por ellas y las vuelva a interpretar con el mismo amor con el que yo las creé para distraerme un poco junto con los míos; con la misma esperanza que yo tuve, de que algún día alguien las pidiera para dedicarlas a su novia, a sus padres, a sus hijos o a personas muy queridas. Ah... los poemas! Aquellos que con tanta dedicación compuse, para recrear con ellos alguna situación que yo creía merecer la pena, o simplemente para con ellos describir un bello paisaje de mi pueblo, enmarcado en verdes prados, repleto de cantidad de flores frescas, donde revoletean multicolores mariposas y donde resuena el trinar armonioso de las aves y mil cosas más que se puede decir a través de las canciones y poemas, hoy en día mudos, igual que mi guitarra y yo.

Gracias a Dios y a la ciencia médica, aún sigo viviendo y disfrutando de la vida y aunque con un poco de limitaciones, tal vez me anime a seguir escribiendo mis vivencias, mis canciones, mis poemas, aunque mi voz no se escuche y ya no me sirva como antes.

Ya no vale la pena vivir de los lamentos. Es por eso, amigos míos, que quería contarle todo esto, para que tomen conciencia de no acercarse nunca, ni siquiera un poco, ni mucho menos permitir que hasta ustedes llegue, ese, que equivocadamente hacemos nuestro amigo inseparable, ese, al que yo nombro, como el señor de los muchos apellidos y que por nombre se llama cigarrillo.

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