Alfonsino
Paulina Gómez Correa.Se desmayó, se desintegróY en la playa de azúcar y de sal,Sólo encontré su manta guajira.Entro en su casa, que por lo regular tiene la puerta abierta –lo saludo- no me contesta.Se pasa parte del día sentado, observando los dedos de sus pies. Esa tristeza, con razón o si ella, lo tiene desando lo que no tiene en su casa y despreciando lo que se le ofrece.Conversa únicamente con su perro, éste, contesta con gruñidos suaves, voltea la cabeza unas veces a la izquierda, otras a la derecha, lo mira a los ojos fijamente, si le habla y sonríe, se acuesta sobre el lomo, para que le rasque la barriga. Si no lo determina, mete su cola entre las patas, solidarizándose con su tristeza.Día y noche se cubre con su manta guajira; no sé dónde la adquirió, ni quién la hizo, pero sí sé como es: de doble faz. Por un lado, está pintada a rayas en zigzag, de colores cálidos estéticamente bien colocados, él, dice que esos dibujos forman parte de leyendas de los Wayú.Por el otro lado, hay muchos soles conectados a uno principal, con hilos finos de luz y de oro, éste, se encuentra situado en la abertura con cierre de cremallera.En las noches frías del desierto, la cierra para utilizarla como cobija, y en los días cálidos o hirvientes, la abre para vestirse con ella, a manera de casulla; no se pone por debajo otra prenda. Así vestido recorre mañana y tarde, las playas de arena fina y limpia del mar cercano a nuestras vidas.No quiere regresar a la ciudad a continuar los tratamientos, que médicos y familiares creen indispensables para la recuperación de su deteriorada salud. La presión de su esposa es tal, que las relaciones entre los dos, son insoportables; ella desea que la vida continúe como antes del diagnóstico; se ha vuelto obsesiva, llora y cantaletea todo el día. Quiere imponerle una dieta milagrosa, que ha aprendido en televisión, radio y prensa, complementada con las sugerencias de familiares y amigos:-40 gallinazos, uno diario, preparados en sancocho. Una hermana, se ofreció a conseguirlos en una quebrada cerca de su vivienda en la ciudad, donde votan cadáveres de animales.No acepta el “tratamiento” a base del genocidio de los inocentes gualos de hermoso vuelo, cuya misión es comer carroña, para no infectar el ambiente.-Macerar o licuar toda clase de legumbres y verduras de color verde; ingerirlos día y noche, hasta que piel, ojos, orina excrementos y demás fluidos de su cuerpo, adquieran el color de su equipo de fútbol.-Un brebaje de miel de abejas, ajo, yerba buena, pelo de maíz, tallos de palo santo, algunas bienaventuranzas y agua bendita, pero que sea la que queda en la pila del templo, cuando los feligreses han dejado allí, sus mugrientas esperanzas.No y no. Nada acepta, y menos tomarse en ayunas, los propios orines contaminados con residuos de su mal y con tóxicos que le han inoculado en su sangre, para barrerle células locas, las cuales andan muy campantes por todo su organismo.Como alimento: bebe agua fresca, tinto amargo y ron; son los únicos que no tienen la textura y el sabor del algodón apretujado en su boca, y la garganta se niega a dejar pasar.Cuando su esposa trata de empujarle la comida con sus dedos, una arcada ardiente e infernal es la respuesta.Cualquier día, ve con desinterés un noticiero: muestran en Holanda, un inmenso cultivo de rosas rojas, en cuyo centro, y por arte de magia, aparece un hermoso tulipán negro.Hoy es el día –dice para sí- es un aviso celestial. Amarra el perro para que no lo acompañe. Con pasos lentos pero firmes, emprende su paseo matinal a la playa. –no reversar…no reversa…repite decidido.Cuando vio el tulipán negro, siente en su cuerpo sensaciones insoportables: algo caliente y dilatador recorre por sus venas, llega a la boca para pasar por el tuvo digestivo, con un recorrido bulloso y ardiente hasta llegar al ano. Vuelve y empieza por las plantas de los pies, hasta llegar por laberintos inimaginables, hasta el cerebro, con la impresión de que crece hasta reventarse.Camina de sur a norte, hasta sentirse completamente agotado. Es el momento de girara hacia el oeste. El océano está espléndido; el azul de sus aguas se confunde con visos lila y ámbar de las “aguamalas”, que parecen barquitos diminutos inflados con helio, que el viento trae a todo vapor hacia la playa.Los alcatraces y otras aves, pescan con precisión su ración diaria, observan la playa, por si acaso les han traído migajas de pan o de pasteles, para lanzarse en bandada a recogerlas.A pesar de su cuerpo afiebrado y débil, sus ojos pueden mirar la línea que forma el horizonte al besarse con el cielo; va a llegar hasta allí; se adentra en el mar caminando, hasta que el agua le llega a la cintura. Empieza a nadar, dejando atrás su historia. A medida que desaparece la playa, el agua es mas transparente y puede observar multitud de peces multicolores, en esa pecera gigante construida por el azar.Cada vez está más débil, entrega su decisión a sus firmes deseos de no sufrir más. Entra en un túnel de figuras geométricas, hexágonos de color marrón desvanecido en rojo y amarillo, los cuales se van palideciendo hasta convertirse en blanco brillante e insoportable.Siente su desintegración como una desmembración total. Sus ojos con vida, observan tranquilos, cómo los huesos quedan sin piel y sin músculos, las viseras, se las reparten felizmente sus compañeros del túnel. Antes de cerrar sus ojos para siempre, ve dos manos que se aferran tercamente a la línea multicolor del horizonte.
Alfonsino. (Paulina Gómez Correa).
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